Las historias que nos contamos

Mis últimos tres meses han sido duros. Como quien dice, he llevado palo. Y palo de todo tipo, algo así como una diversa ensalada de frutas: situaciones retadoras e inesperadas en el trabajo; conversaciones difíciles para tirar para arriba; me robaron la compu con recuerdos muy significativos de viajes; he tenido distanciamientos; me he sentido decepcionada de otros y me he sentido confundida conmigo misma; he vivido mucha ansiedad de hablar frente a públicos grandes; y para rematar (así como la cereza de esta extraña ensalada), recibimos la noticia de tener que irnos de la casa que más he sentido como mi hogar, mi santuario de paz y resiliencia.

 

Cada situación la he tratado de afrontar con gracia y cordura. Me he contado la historia de que todo esto que está pasando, es una gran oportunidad: de practicar lo que predico. De abordar las cosas incómodas desde la comunicación no violenta, de hacer duelos y permitirme sentir. He sacado tiempo y le he dedicado energía. He tenido resultados semi exitosos que celebro, y tengo bastante paz por sentirme congruente. Pero la verdad, estoy cansada. Porque cuando creo que salgo de una, se viene otra sin espacio para relajarme un toque y recuperarme. Han sido tiempos que han requerido de mucha resiliencia. Y de observar los contrastes de la vida, porque aun en medio de tanto desorden, he tenido experiencias de belleza extraordinaria.

 

El otro día me puse a leer algo que escribí en los primeros días del año, donde decía que el 2017 había sido MI AÑO. Un año lleno de logro y felicidad. Estaba tan agradecida. Y tuve una realización: me di cuenta que cada cosa importante que había logrado, había sido precedido por miedo. Y no cualquier miedo. El miedo que carcome por dentro y paraliza. El miedo que avisa de algo importante. El sanar mi relación con el miedo ha sido de las cosas más relevantes que he hecho en mi vida. Curioso porque nadie lo ve. Pero yo lo sé. Y ojo que no es que ahora actúe sin miedo, es que ahora logro progresar tomándolo en cuenta, escuchando su mensaje, y ha hecho toda la diferencia. Ahora somos aliados y caminamos juntos, ya no es un monstruo.

 

Y volviendo a lo de llevar palo... qué contraste la situación en la que estaba hace unos meses con los retos que he estado afrontando. Qué deliciosa y misteriosa que es esta vida.

 

A veces me cuento la historia de que soy demasiado ansiosa y nerviosa para dirigir un proyecto que se basa en relaciones humanas... a mí tanto descifrar y tanta cosa inesperada me impacienta. A veces me cuento la historia de que la verdadera colaboración es demasiado desgastante. A veces me cuento la historia de que no gano lo suficiente para lo que trabajo, y que peor aun, no le vamos a llegar con la CNV a la gente que más lo necesita, porque estamos demasiado enfocados en sobrevivir como organización. A veces me cuento la historia que nunca voy a encontrar una casa donde esté tan feliz como en esta casita de madera en medio de las nubes rodeada de bosque. Cuando me cuento estas historias, me siento bastante triste y preocupada.

 

Por dicha me he vuelto una experta en también contarme historias que me favorecen y en desarrollar el músculo de la impermanencia. Como lo difícil es fuente de inspiración para enseñar, como el amor me sonríe, y como encontraré otra casita en las nubes. Sé que todo pasa y que estos momentos fluirán por mi vida, como fluye la vida misma.

Y más allá de mi capacidad de contarme historias amenazantes o esperanzadoras, cuando miro objetivamente a mi alrededor, me doy cuenta que estoy rodeada de personas que me quieren apoyar. Me doy cuenta que tengo el privilegio de facilitar conexiones, espacios de sanación y de duelo compartido. De ser vista por el amor que le meto a lo que hago, y gratitud genuina que aun estoy aprendiendo a recibir. Este fin de semana en el retiro lloré, jugué, canté, bailé, y compartí en frente de desconocidos que hoy se sienten como una confirmación. Celebro la vida, celebro el duelo, celebro las familias elegidas. Y celebro sobretodo el haber tenido el coraje de fundar ConversABLE, el proyecto vivo que me refleja que somos las historias que nos contamos.

 

Por Christine Raine

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