Ser amor

Hace cinco años decidí dedicarle la mayor cantidad de tiempo y energía a mi relación conmigo misma, fue una aventura hermosa en la que descubrí mis necesidades prioritarias, me sentí libre, tomé el poder de mi mundo, rompí mis esquemas y me cuidé como nunca lo había hecho. En ese camino conocí a personas con las que disfruté y aprendí mucho. Fueron años maravillosos, y a la vez tuve momentos de muchísimo dolor y soledad.

A veces sentía que no podía conectar profundamente con las personas. A veces me costaba respirar, sentía un vacío enorme, mucho más grande que mi pequeño cuerpo. Me buscaba en la mirada de los demás, y a la vez, me paralizaba la idea de querer llenar mi vacío con otras personas... Sentía muchos miedos, inseguridades e insatisfacción. Mientras buscaba un camino menos doloroso para atravesar esa contradicción, decidí hacer una ceremonia de ayahuasca.

Ya en la ceremonia, y después de tomar la planta, conecté con un sentimiento profundo de agradecimiento. Miraba a mi alrededor (estaba en medio de una montaña, rodeada por un pequeño bosque de bambú y todo tipo de árboles y arbustos típicos del clima tropical húmedo, a mí derecha un rancho con colchonetas, por todas partes, muchas personas desconocidas, a lo lejos se escuchaba un tambor con un ritmo lento y constante y el sonido de unas palmeras que chocaban contra el piso, le hacían contratiempo). En ese momento, y sin saber por qué, me invadió un sentimiento profundo de amor y felicidad.

Mercedes, una señora hermosa y sonriente, bajita, pero con una fuerza enorme, era una de las cuidadoras de la ceremonia. Ella me miró a los ojos, y me preguntó ¿Cómo estaba? Yo, mientras sonreía tanto que se me achinaban los ojos, le respondí que bien y le pregunté ¿Cómo estaba ella? Con una mirada amorosa me respondió que estaba bien, y me invitó a cerrar los ojos y dejarme llevar por todos los sentimientos hermosos que tenía en ese momento. Me acosté en una banca del jardín y cerré los ojos, ahí empezó el viaje, a lo más profundos de mi propio ser.

Lo primero que vi fue una serpiente gigante, era de un color rosado-anaranjado fosforescente. Yo tengo fobia a las serpientes, por lo que esa imagen era verdaderamente poderosa, me paralizó, pero escuché una voz que me dijo que no tenía porqué tener miedo, que yo también era una serpiente. Inmediatamente tuve la sensación de haberme convertido en esa serpiente, de hacer las paces con mis miedos y habitarlos. Sentí mucha paz, me sentí liviana. Como si me hubiera quitado una venda de los ojos, ahora podía ver con claridad, algo que entendía, pero no había transitado. Ahí comprendí que yo también soy mis propios miedos, soy todos mis sentimientos, hasta los más ¨oscuros¨ y negarlos es negar mi propia existencia. Me visualicé así, como matándome de a pocos. Me faltaban partes de mí misma, y por eso había sentido un gran vacío, por mucho tiempo. Fue un momento doloroso y necesario.

Poco tiempo después la voz de la planta me habló de nuevo, y me dijo que yo era una reina, (yo me reí), pero repitió con fuerza, que yo era una reina, ¡Una reina serpiente! En ese momento, los pensamientos se sentían como certezas que me golpeaban amorosamente. Pude conectar con la idea de que la valentía de mi vulnerabilidad, sería mi mayor fortaleza.

Después de asimilar aquellos importantes descubrimientos, escuché a lo lejos un instrumento que tocaba una melodía popular, que no tenía nada que ver con los tambores y las palmeras. Los pensamientos perdieron protagonismo y conecté con mi cuerpo. Seguía acostada en la banca, pero me percaté de que sin haberme dado cuenta, mis piernas se habían recogido como en una posición de loto, mi pecho estaba abierto, y las palmas de mis manos miraban al cielo. Yo sollozaba, como el suspiro que queda después de haber llorado profundamente. En ese momento, me dejé abrazar por esa gran tristeza, y me detuve a vivir el duelo de un pasado vivido a medias, por el miedo de abrazar mi humanidad.

Abrí los ojos y me senté en la banca en la que estuve acostada por varias horas, miré el cielo despejado y me concentré en la hermosa melodía de ese nuevo instrumento. Miré hacia la banca de al lado, había un hombre tocando una armónica, en su rostro un hermoso y pacífico gesto, tenía un pañuelo rojo amarrado a su cuello y parecía muy feliz; mientras tocaba, movía sus pies como un niño cuando está sentado y no alcanza a tocar el piso. Hicimos contacto visual y sonreímos por un largo tiempo, nunca había mirado por tanto tiempo los ojos de una persona que no conocía. No sabía ni cómo se llamaba, pero sentí una conexión profunda y honesta con ese ser. Era como mirar el reflejo de mi humanidad en sus generosos ojos. Luego, miré a mi alrededor y conecté mi mirada con muchas de esas personas "desconocidas", pero ahora, todos esos ojos me llenaban de paz y alegría y me provocaban una genuina y amorosa sonrisa. Me inundaba un sentimiento de profundo aprecio por la vida, de agradecimiento y conexión con mi humanidad y la humanidad de todas esas personas.

Después de un rato, sentí mucha ansiedad por lo que venía para mí, por el futuro. Me preguntaba a mí misma ¿Qué iba a hacer después de esa ceremonia? Tenía miedo de no volver a tener tanta claridad, de no volver a sentir tanto amor, pero una nueva certeza me golpeó, y descubrí que YO, SOY AMOR. Me reconocí como un ser lleno de cosas hermosas para dar. No tenía un vacío, me estaba ahogando con todo el amor que tenía adentro y no dejaba salir, por miedo al dolor del pasado. Otra certeza me sacudió, conecté con una profunda necesidad de amor, (no de recibirlo), de darlo, de ser amor; sin esperar nada a cambio, porque no importa cómo sea recibido, el amor que doy siempre me transformará a mí.

 

Por Kim Leticia

Talleres imagen color.jpg

Talleres

Retiros imagen color.jpg

Retiros

Anterior
Anterior

El poder de detenerse.

Siguiente
Siguiente

Las historias que nos contamos